El Gran Templo de Jerusalén


En el Tratado de Sucá figura:“Estudiaron nuestros sabios: quien no vio simjat beit hashoebá (días de sucot) no vio nunca alegría verdadera, quien no vio a Jerusalem en su esplendor no vio nunca una gran ciudad, quien no vio al Gran Templo erigido no vio nunca una construcción preciosa...” (Tratado de Sucá, 50b)

De acuerdo a esta descripción de nuestros sabios, no ha habido días de esplendor y júbilo como la época en que el Gran Templo se encontraba erigido. La shejiná (presencia divina) se encontraba presente y el ciclo de vida judío giraba alrededor de esta gran maravilla. Cierre los ojos e intente imaginarse lo siguiente: El día comenzaba temprano con el korbán hatamid (sacrificio diario) y la gente llegaba y entregaba las distintas ofrendas. Se acercaban entre otros, gente impura por muertos, aquellos que pecaron y madres que traían su ofrenda luego de dar a luz.

Asimismo, mientras que los sacrificios eran realizados, se escuchaba el acompañamiento melódico de los Leviim, quienes entonaban su canto acompañado de instrumentos musicales, dando así un aire especial al acto. A diferencia del desierto, donde tan solo Aharon y sus hijos servían, los Cohanim crecieron y fueron tantos que comenzaron a dividirse en turnos. En consecuencia, cada turno servía tan solo una semana al año y el resto del mismo estudiaba y enseñaba Torá. Cuando llegaban, iban a la llamada Cámara de Pinjás el vestidor, donde recibían las ropas sacerdotales, cada uno de acuerdo a su talle y se preparaban así para servir a Dios.

Los días más importantes, por supuesto, eran los días festivos, en especial las fiestas de peregrinación: sucot, pesach y shavuot, donde todo el pueblo se reunía y traía sus ofrendas.


Si querés saber más sobre el Gran Templo, entra acá.

0 comentarios:

¡Sección juegos!