Rosh Hashana: Reflexiones sobre el pacto

Por el Rabino Joshua Kullok

A la vera de un nuevo año, suele ocurrir que dediquemos algún tiempo para reflexionar sobre los canales por sobre los que hemos encaminado nuestras vidas. Sopesamos acciones y omisiones, profundizamos en lo concerniente aquello que le da sentido a nuestra existencia, y balanceamos nuestros valiosos aportes en lo referente a la familia, la comunidad y la sociedad a las cuales pertenecemos. La marca de un nuevo año se presenta como tiempo propicio para el replanteo de paradigmas y para la invitación a los cambios que se crean necesarios. En este sentido, no es casual que nuestros sabios hayan entendido el nombre de Rosh haShana, el comienzo del año, como Rosh haShinui, el comienzo del cambio. Y si efectivamente Rosh haShana nos llama a profundas reflexiones y a potenciales cambios de enfoque, me parece que valdría la pena que aprovechemos la oportunidad.
Sabemos que el primer día del mes de Tishrei quedó establecido desde la antigüedad como día consagrado. Leemos en la Tora, que el primer día del séptimo mes debía ser día de descanso (vean por ejemplo en Levítico 23:24). Efectivamente, de acuerdo a lo que leemos en la Tora, Rosh haShana todavía no marca el comienzo del año, ya que éste comenzaba en el mes de Nisan, con la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Más tarde, nos encontramos con que el primer día de Tishrei aparece en nuestra tradición como uno de los cuatro comienzos del año establecidos por la Mishna (Tratado de Rosh haShana 1:1). Más aun: se nos detalla que en Rosh haShana, “todos los habitantes del mundo pasan delante de Él uno a uno, como está escrito: “Él formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras” (Salmos 33:15)” (Tratado de Rosh haShana 1:2). Vemos como con el devenir de las generaciones, Rosh haShana se fue construyendo paulatinamente alrededor de la imagen de todo el mundo pasando delante de Ds, quien sin dudas va revisando los actos de cada uno. Es por ello que otro de los nombres que esta festividad recibe es la de Iom haDin, el día del juicio. De esta manera, Ds vendría a personificar el Supremo Juez, mientras que cada ser humano ocuparía el lugar del acusado. No es casual, por tanto, que una de las frases centrales que han marcado a fuego la liturgia de este día, se encuentre en el famoso piut conocido como “Unetane Tokef” – piut que también cita y parafrasea el texto de la Mishna que justamente acabamos de mencionar. Frente al juicio establecido, y frente al veredicto inminente, el autor del piut nos aconseja:

“La Teshuva, la Tefila y la Tzedaka atenúan la severidad del veredicto.”

Todos conocemos la frase. Todos la hemos cantado alguna vez con profunda intención. Pero, ¿acaso terminamos de entender las implicaciones de lo que estamos diciendo?
El piut nos está confiando la receta para aspirar a un veredicto positivo. O, mejor dicho, el poeta nos aconseja realizar algunas prácticas concretas porque parte de la base de que el veredicto que nos merecemos es malo. No solo tenemos el día del juicio frente a nosotros, ni somos los acusados pasando ante los ojos del Juez, sino que también se nos está diciendo que nuestra sentencia es negativa. Parecería ser que al leer esta famosa poesía, el majzor nos está invitando a reconocer nuestra culpabilidad. Porque al reconocernos culpables, quizá exista la posibilidad de comenzar una frenética maratón de arrepentimiento, oración y justicia social contra reloj. Y si así fuera, tal vez podamos revertir nuestro veredicto. O endulzarlo.
Sutilmente, y casi sin darnos cuenta, hemos cambiado el foco de lo que respecta al juicio, a los malabarismos necesarios para recibir el castigo menos malo. Nos hemos olvidado del vínculo, para pasar a pensar sobre la dialéctica de los premios y los castigos. La Teshuva, la Tefila y la Tzedaka ya no son buenas acciones que nos ayudan a reforzar vínculos sociales y espirituales ni a cambiar las estructuras del mundo en el que vivimos, sino que se transforman en el medio para evitar un fin – el veredicto – que no deseamos. Paradójicamente, en el mismo día del juicio, podemos terminar perdiendo el equilibrio en la balanza.

Podríamos afirmar que lo que nos ocurre con los premios y los castigos en Rosh haShana, abarca no solo dos días del año sino la manera en la cual nosotros vivimos nuestras vidas. Nuestra mayor preocupación gira en torno de las utilidades que podemos extraer de la realización de tal o cual acción. Nos movemos pensando en los premios, y llegamos a amenazar a seres queridos con toda clase de castigos (téngase a bien recordar la famosa frase: “a la cama sin postre”).
Así también la relación que establecemos con la Tradición de Israel, o con el mismo Ds. Muchas veces nos encontramos con teologías que proponen la adopción de las mitzvot como una garantía para ganarnos una futura estadía en el Jardín del Edén, y la práctica de la normativa judía (o halaja) como precaución contra todo tipo de catástrofes. También hemos sabido escuchar las voces que dicen que luego de tal o cual tragedia, la culpa recae de manera cuasi reflexiva sobre el sufriente, debido a fallas técnicas en la escritura de algún texto consagrado o a errores en la realización de alguna práctica milenaria. Sería muy inocente intentar desentenderme de la gran cantidad de textos dentro de nuestra tradición que propician tales acercamientos y teologías. Sin ir más lejos, el segundo párrafo del Shema, el cual los judíos leemos dos veces por día, nos habla de los beneficios del cumplimiento y los riesgos del transgredir. Pero así como no podemos desentendernos de estos textos, también debemos saber que nuestras fuentes registran enseñanzas y horizontes que nos proponen espacios diferentes. En dos mishnaiot clásicas dentro de Pirkei Avot – por citar algunos ejemplos – podemos leer:

No sean como siervos que sirven a su amo a fin de recibir una recompensa; sean como siervos que sirven a su amo sin intenciones de recibir una recompensa.” (1:3)
“No hagas [de las palabras de la Torá] una corona para engrandecerte en ellas, y no una pala para cavar con ellas.” (4:5)

Es evidente que Pirkei Avot reconoce que en la misma época de la Mishna, muchos servían al amo (léase: Ds) con intenciones de recibir recompensas, y muchos estudiaban Tora a fin de crecer en títulos y honores. Más aun: mil años después, en la época del Rambam, muchos seguían acercándose a la Tradición Judía de esta manera, al punto tal de que Maimonides escribe claramente en su comentario a la Mishna (Introducción al Décimo Capítulo del Tratado de Sanedrín, conocido como “Jelek”) que el sistema de estudio y cumplimiento en base a premios y castigos es algo absolutamente repulsivo, y que en su lugar debemos volver a generar las estructuras contextuales que inviten a los integrantes del pueblo a estudiar y/o cumplir con lo escrito en la Tora y la Halaja “lishmá,” es decir: por amor a lo que allí está escrito, y no con la esperanza de recibir algún premio a la buena conducta.

Es por ello que el día del juicio también puede ser concebido como el día del pacto. Es por ello que si antes decíamos que Rosh haShana es un buen tiempo para la reflexión, es entonces buen momento para el replanteo y el cambio. Los juicios humanos dependen mucho de las absoluciones o los castigos. ¿Tiene que necesariamente ser así con el juicio celestial? ¿O tal vez podamos animarnos a pensar en un tribunal que lo que mide es la relación que se establece entre las partes? Los invito a partir de una premisa: si no hay Juez, no hay juicio. Pero si no hay quien se presente al juicio, tampoco tiene sentido la figura del Juez. De esta manera, dos partes son necesarias para que el vínculo se establezca, y en algún punto, ambas partes son necesarias para crecer a partir de la relación. En este sentido, podríamos afirmar que la Tradición de Israel nos invita a construir a partir del diálogo mientras invalida todo planteo que apunte al inviable monólogo. No es casual que Abraham Joshua Heschel haya defendido toda su vida que así como el hombre necesita de Ds, Ds constantemente está buscando al hombre. El hombre sin Ds se encuentra vacío; Ds sin el hombre pierde relación con el mundo. Sin diálogo, se pierde el sentido y sin vínculo, todos terminan cayendo en un estado alienado del espíritu.
Es por ello que la figura del pacto se hace tan necesaria en estos días. Es por ello que parte de nuestra responsabilidad radica en poder iluminar aquellos textos, midrashim y reflexiones bíblicas y talmúdicas que realzan la idea del pacto y la relación que Ds establece con el pueblo, y el pueblo establece con Ds.
Podríamos comenzar – por ejemplo – con otro de los motivos principales de Rosh haShana: con la coronación de Ds como Rey de la Creación. Es cierto que la figura del Rey denota un espacio que no necesariamente se abre al diálogo, pero no cabe duda que al igual que con el Juez (o más aun), la figura del Rey no tiene sentido alguno sin un reino o sin súbditos. Al comenzar todos los años, y en lugar de invertir nuestras energías en teologías de premios y castigos, nuestra tradición nos invita a tomar un rol comprometido en la coronación de Ds en toda la creación. Porque aun cuando Ds es Rey, somos nosotros los responsables de su misma coronación, de reconocerlo como tal, y de hacerlo partícipe de la vida en estas tierras. Y quizá no sea casual que de acuerdo con la mística judía, la primera y más elevada de las emanaciones divinas (o sefirot) sea llamada “keter” (corona), mientras que la última, pero no menos importante, reciba el nombre de “maljut” (reino), y esté íntimamente ligada con el pueblo de Israel (1). Sin la primera no existiría la segunda, pero sin la segunda no habría posibilidades de concebir la primera.
Ahora bien, decíamos antes que la imagen del Rey y los súbditos no está exenta de problemas teológicos para quienes quieren afirmar el diálogo y el pacto. Es por ello, que en su libro “El pacto viviente,” el Rabino David Hartman presenta dos metáforas que según él se acercan más a lo que el pretende de un vínculo entre partes. Hartman habla de un matrimonio por un lado, y de la relación entre maestro y alumno por el otro. Cada uno de nosotros tendrá más empatía con una de las figuras que con la otra, pero queda claro que ambas dos procuran hacer hincapié no en las utilidades de la relación sino en la gratificación que nos da el vínculo en sí mismo. Nosotros no actuamos de tal o cual manera con nuestra mujer para recibir premio o por temor al castigo, sino porque cuando las dos partes se encuentran en sintonía, lo que se afianza y se refuerza es el diálogo y la relación, la confianza y la intimidad. Y así mismo entre alumno y profesor, quienes en el encuentro propician la construcción compartida de un aprendizaje común. En este sentido es que la normativa judía es la contribución humana a la revelación divina. O en palabras del mismo Hartman:

“Aunque basada en la revelación divina, la Tora se vuelve inseparable del vasto cuerpo de material generado por la interpretación talmúdica. El estudioso talmúdico se convierte, mucho más que el profeta, en el mediador de la Tora; su habilidad intelectual de análisis e interpretación lo elevan a una posición sin precedentes para determinar el contenido de la revelación […] El rol del estudioso rabínico para determinar leyes suplanta el anhelo por la marca autorizada de la revelación. A través de sus métodos ingeniosos de interpretación, los estudiosos de vuelven los maestros del texto.” (2)

Afirmar el pacto nos aleja de la enajenación producto de la completa sumisión, y nos diferencia de aquellos que construyen desde el miedo a los castigos. Afirmar el pacto nos hace socios de la creación que en Rosh haShana venimos a coronar, y nos compromete en aquello que nos corresponde. Porque al pactar, ambas partes devienen en responsables del sostén de la relación; al pactar soberana y libremente nos vincula en un trabajo mancomunado que redunda en el fortalecimiento de aquello que nos une.
A la vera de un nuevo año, reflexionamos sobre los canales sobre los que vamos encaminando nuestras vidas y construyendo nuestras relaciones. Al volvernos en la reflexión de aquello que estructura nuestra experiencia (¿“teshuva”?), creo que ha llegado la hora de que comencemos a pensar en las consecuencias de entender la vida en términos de premios y de castigos, de utilidades y ganancias. En lugar de concebir las relaciones interpersonales que vamos estableciendo día a día como contratos (buena herencia del paradigma capitalista), en estos días de profunda meditación somos llamados a reestablecer lo genuino de un pacto milenario que espera que lo adoptemos como tal. No por la recompensa material, sino por el fortalecimiento del vínculo: un pacto con nosotros mismos, con nuestras familias, nuestras comunidades, nuestras sociedades y así también con el mismo Ds.
Rosh haShana es el comienzo de un año que nos invita al cambio. Rosh haShana es un tiempo en el que particularmente somos llamados. Que más podemos decir, sino esperanzarnos en que al igual que nuestro patriarca Abraham, podamos nosotros contestar: “Hineni, aquí estamos.”

(Nota optativa: Para quien pregunte qué está haciendo Abraham en este artículo, solo baste recordar que en la segunda mañana de Rosh haShana, leemos el vigésimo segundo capítulo del Génesis, en donde Ds llama a Abraham, y Abraham – fiel hijo del pacto – responde.)

(1) A quien le interese profundizar en la relación que se establece entre la corona y el reino en el contexto de la mística judía, vale la pena leer el libro del Rabino Arthur Green llamado “Keter”. (2) David Hartman, “El pacto viviente,” Buenos Aires, 2006, p. 57.

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