El relojero...

"Se cuenta que una vez, en una aldea alejada del mundanal ruido, murió el único relojero, que allí había. Uno tras otro, los relojes de todos los aldeanos empezaron a funcionar mal y terminaron por detenerse. Uno tras otro, los pobladores dejaron de dar cuerda a sus relojes. Todos excepto un solo hombre que, aunque sabía que su reloj sin duda marchaba mal, siguió dándole cuerda todos los días. Años más tarde, llegó por fin a la aldea otro relojero: mas no pudo reparar ninguno de los relojes detenidos, pues sus sutiles mecanismos se habían oxidado. Ninguno, salvo el del hombre que, diligentemente, había dado cuerda a su reloj, día tras día.
Esto mismo pasa con la oración. Debemos seguir orando, aún cuando no siempre tengamos la sensación de que nos concentramos realmente en nuestra plegaria, pues el sutil mecanismo del espíritu humano también se derrumba con facilidad.
El judaísmo enseña que, naturalmente, es preferible que siempre podamos orar con la concentración y la participación necesarias. Pero si una u otra estuvieran ausentes, debemos, no obstante, seguir orando, pues esa es la mejor manera de que nos conservemos verdaderamente humanos."

Extraído del Sidur, Ritual de Oraciones

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