Había una vez un cuadro colgado en el living de la casa de la Bobe Delia.
No era precisamente un cuadro grande, más bien era tamaño mediano. El marco era de color marrón, parecido a tantos otros marcos. Pero este cuadro en particular, era antiguo y muy llamativo. Claro depende de quien se tomara su tiempo para observarlo. La pintura mostraba a dos hombres corriendo en un campo, o también podía ser un bosque, porque arboles se veían. Uno de los hombres era un poquito más viejo, el otro en cambio era más joven; o al menos eso parecía. Ambos vestían sobretodos largos. Uno con sombrero, el otro con kipa. Por debajo de sus abrigos, asomaban los tzitzit de cada talit que vestian. Se parecían mucho a los que la mora había explicado como jasidim.
Pero habíia " algo" una " cosa" un objeto, que no se distinguía qué era y qué sostenían entre sus brazos mientras corrían.
El nieto de la Bobe Delia siempre preguntaba:
- ¿Por qué corrían esos hombres? , ¿Qué cargaban en sus brazos?, ¿Por qué sus rostros eran de preocupación?
En realidad nunca recibió ninguna respuesta que lo conformara. Y si alguien inventaba alguna historia, el sabía muy bien que no era cierta.
El nieto de la Bobe Delia penso que tal vez no querían contestar a sus preguntas. Probablemente algun secreto se escondía dentro de aquellas imágenes, pero ¿cual? O, la verdad era tan dificil de explicar, que si alguien la conocía no se animaba a decirsela.
La situación se repetía una y otra vez. Cada oportunidad en que él se acercaba a algun adulto, con sus inquietos ojos verdes, y comenzaba a preguntar sobre el cuadro, lo miraban casi con miedo. Y cuando sus rosados labios empezaban a pronunciar ¿Por qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, y... ¿Entonces?, Los adultos se ponían nerviosos y se volvían sordos. Bueno... en realidad... este... claro... ¿hiciste tu tarea?
Siempre la misma vacilación. ¿Acaso pensaban que él era un tonto?.
¿No sabían que ya había cumplido diez años y estaba en quinto? La mora del shule simple respondía a sus preguntas. En cambio en la casa de la Bobe Delia no.
Su curiosidad aumento mucho más ante el silencio de los otros.
Un dia, el nieto de la Bobe Delia miró, miró, y miró... y de pronto, como sucede en los dibujos animados de la televisión, los personajes saltaron del cuadro y se sentaron a su lado.
El nieto de la Bobe Delia se puso duro de miedo, no podía hablar, no hizo ningún gesto, y no se animaba ni siquiera a mirarlos.
Ellos le sonrieron y acariciando su cabello rubio le preguntaron:
- ¿Cómo te llamas?
El nieto de la Bobe Delia pensó: ¿Estaré soñando? . Pellizco su brazo y ¡vaya que grito dio!
Definitivamente lo que estaba pasando era absolutamente real.
Un poquito ansioso y tembloroso contestó:
- En el shule me dicen Gaby.
Los señores lo miraron extrañados.
Es el diminutivo de Gabriel - agregó el nieto de la Bobe Delia-, pero se dió cuenta que no lo entendían. Claro ellos pertenecian a otra época, -pensó- a otros años de la historia del mundo, cuando el nombre Gabriel aún no se usaba diariamente.
Gaby continuaba rigido, mudo. Entonces los hombres le preguntaron:
- ¿Por qué siempre que venis a visitar a la Bobe nos mirás? ¿Por qué pasás horas y horas frente a nosotros observándonos?
Al escuchar el tono cálido de sus voces, Gabriel se aflojó y se sintió más tranquilo. Entonces en lugar de responder, se animó a preguntar:
- ¿Quienes son ustedes?, ¿Por qué tienen esa cara de preocupación?, Y lo que más me interesa, ¿Qué esconden entre los brazos? .
Sus palabras se apretujaban en la garganta, era tanto lo que quería preguntar, que apenas le alcanzaba el aire de la respiración. Debía apresurarse, o tal vez ni hiciera a tiempo de saber el secreto del cuadro.
Los señores se miraron sin saber que responder, y lo interrogaron con mucha seriedad:
- ¿Por qué tenes tanto interés en saber qué tenemos escondido entre los brazos?
Tratando de disimular la creciente ansiedad que sentía, Gabriel afirmó:
- ¡Es simple curiosidad!
Los protagonistas del cuadro murmuraron algunas palabras, y con voz suave y pausada comenzaron a narrar:
- Mi nombre es Herzque, dijo el mayor de los dos, y mi amigo se llama Yankl. Los dos vivíamos con nuestras familias en un país que se llamaba Polonia, en la ciudad de Lodz. Corría el año 1939, es decir, hace mucho tiempo. Era una época muy dificil para nosotros los judíos, porque se habia declarado la segunda guerra mundial.
Gabriel los escuchaba atentamente. Sus oídos, como las antenas de televisión que se ven en las rutas, no perdían una sola palabra. Los ojos absorbían cada movimiento de aquellos que relataban lo que para él, era uno de sus mayores deseos: conocer el secreto del cuadro.
- Alemania, - continuo Yankl, el de la kipa, - había invadido Polonia y como odiaban a los judíos, los encerraron en ghettos. ¿Sabés lo que es un Ghetto?.
Gabriel asintió con la cabeza, como si supiera de lo que hablaban.
En realidad aunque había escuchado esa palabra muchas veces, no tenía muy claro lo que quería decir. Sin embargo, no se animó esta vez a interrumpir el relato. En todo caso, le preguntaría a su mora que siempre le explicaba todo.
- Los judíos encerrados en ghettos vivían en muy malas condiciones, agregó Hertzque, y cuando eran demasiados, venían los soldados alemanes, los metían de a miles en trenes y los enviaban a campos de trabajos forzados. Allí muchos morían solos o los mataban.
- ¿Escuchaste hablar de Hitler y de sus intenciones para con los judíos del mundo? - quiso saber Yankl.
A esta altura de la narración, Gabriel pensó en sus abuelos, y no pudo dejar de sentir una profunda pena. Con tristeza les contestó:
- Mis abuelos también nacieron en Polonia, solo que ellos lograron escapar antes de que los encerraran en el Ghetto.
- Aja, - replicaron los dos-, entonces sabes perfectamente de lo que hablamos.
- Nosotros igual que tu Zeide y tu Bobe, alcanzamos a escapar, solo que casi no llegamos a tiempo, y por eso, en el cuadro, nos ves preocupados, apurados y corriendo. Fue una de las últimas oportunidades que hubo para salir de aquel infierno.
De pronto callaron. Sus ojos se entornaron como si retrocedieran en el tiempo y la situación los atrapara nuevamente. Algunas lagrimas rodaron por sus mejillas, Gabriel casi sintió que él mismo corría con ellos; sin embargo no pudo dejar de insistir:
- ¿Entonces que escondieron entre sus brazos?
La curiosidad enrojeció su rostro. Sentía que estallaba ante la revelación del secreto.
Hertzque y Yankl más calmados, confesaron que, luego de haber meditado bastante, decidieron llevar dos libros de la Tora del shil de Lodz.
- ¿Cómo es posible?, -vociferó Gabriel-. En un momento tan dificil, cuando uno pensaría en comida, abrigo, dinero... ¿¡Dos libros de la Tora!?
Los judíos del cuadro comprendieron que Gabriel debía aprender que en la vida, no solo es importante saber hacia donde nos dirigimos, sino tambien conocer de donde provenimos. Por ello le explicaron:
- Si el egoísmo se hubiera adueñado de nosotros, -explico Hertzque- solo hubieramos pensado en nuestras pertenencias. De haber sido así, ¿Cómo hubieran podido saber las generaciones siguientes sobre las aventuras y misterios que encierra nuestra Tora?, ¿Quién les habría contado a los niños, las hermosas historias de vida de nuestra Tora?.
Gabriel se avergonzó y sus mejillas se inflamaron. ¿Acaso podía contestar que muchas veces él no había prestado atención a la mora y a sus explicaciones sobre la Tora?
- ¡Era absolutamente necesario que preservaramos y cuidaramos los rollos de la Tora!!!. Quizás cuando tengas tus propios hijos, comprendas lo que hoy afirmamos - concluyó Yankl, con voz firme y enérgica.
Gabriel comprendió. Las palabras sobraban. Su corazón latía con fuerza. No sólo ahora conocía el secreto del cuadro, sino que había aprendido el valor del mismo.
De pronto se escuchó el ruido de una puerta cerrarse. Hertzque y Yankl se sobresaltaron. Se acercaron a Gabriel, lo besaron dulcemente y le susurraron con un hilo de voz:
- Cada vez que te detengas a observarnos, - se despidio Hertzque-, detené tu vista en mi ojo izquierdo; allí, por encima de mi lágrima pintada, descubrirás un parpadeo. Eso significará que estoy acompañándote a ti y a la vida de todos los judíos de la Argentina. ¡No te olvides!, insistieron los dos con mucho ímpetu. Y antes de que alguien más se enterara de lo ocurrido, como por arte de magia retornaron al cuadro.
Emocionado aún por la experiencia vivida, Gabriel notó que su mamá se paraba a su lado. Apenas podía disimular su alteración.
- ¿Qué te pasa hijo?, - lo interrogó su madre, y agrego: - ¿Acaso rompiste algo y no me querés contar?.
- No mamá, sonrió Gabriel, sólo estaba mirando el cuadro en el que esos dos judíos estan huyendo a través del campo de Polonia, y sostienen dos libros de la Tora.
La mamá boquiabierta de asombro, no supo responder. Su hijo, su pequeño y travieso hijo, acababa de poner en palabras, el significado del celoso secreto del cuadro, tan bien guardado hasta ese ida.
Como lo había averiguado, no interesaba. Si importaba y mucho, el tremendo orgullo que su corazón de madre palpitaba. Con gran satisfacción abrazo a Gabriel, y por ese día se despidieron del cuadro...
El cuadro continuó y continua hoy colgado en la casa de la Bobe Delia. Pero ahora son tres los espectadores, a saber: Papa Gabriel y sus dos hijas, Karen y Ariela.
Cada vez que se acomodan para contemplarlo, Gabriel concentra su atención en el ojo izquierdo de Hertzque. Y allí, por encima de la lágrima pintada, misteriosamente el ojo parpadea. Entonces, una alegria intensa y profunda lo embarga, y lo hace sentir más seguro.
¿Sabes una cosa?, el otro día, durante la cena de Rosh Hashana, la hija menor de Gabriel, Ariela, entró corriendo agitada al comedor, donde la familia disfrutaba de la sobremesa. Gritaba, reía, sus palabras se entrecortaban, casi no podia hablar.
Papa Gabriel abrazó a la niña, la calmo, y le pidió que explicara el motivo de semejante escándalo.
Su hija, su pequena y traviesa hija, relato como el ojo izquierdo de uno de los senores del cuadro del living de la Bobe Delia, parpadeaba. ¡O lo que era mejor!, ¡Le habia guinado el ojo a ella!.
Los presentes se rieron, y Gabriel, con el corazon de nino latiendo nuevamente, le susurro al oido tiernamente:
- Creo que ha llegado el momento de que te cuente la historia de Hertzque y Yankl, dos judios de Polonia, de la ciudad de Lodz, de la segunda guerra mundial... pero mira que es un secreto...
No era precisamente un cuadro grande, más bien era tamaño mediano. El marco era de color marrón, parecido a tantos otros marcos. Pero este cuadro en particular, era antiguo y muy llamativo. Claro depende de quien se tomara su tiempo para observarlo. La pintura mostraba a dos hombres corriendo en un campo, o también podía ser un bosque, porque arboles se veían. Uno de los hombres era un poquito más viejo, el otro en cambio era más joven; o al menos eso parecía. Ambos vestían sobretodos largos. Uno con sombrero, el otro con kipa. Por debajo de sus abrigos, asomaban los tzitzit de cada talit que vestian. Se parecían mucho a los que la mora había explicado como jasidim.
Pero habíia " algo" una " cosa" un objeto, que no se distinguía qué era y qué sostenían entre sus brazos mientras corrían.
El nieto de la Bobe Delia siempre preguntaba:
- ¿Por qué corrían esos hombres? , ¿Qué cargaban en sus brazos?, ¿Por qué sus rostros eran de preocupación?
En realidad nunca recibió ninguna respuesta que lo conformara. Y si alguien inventaba alguna historia, el sabía muy bien que no era cierta.
El nieto de la Bobe Delia penso que tal vez no querían contestar a sus preguntas. Probablemente algun secreto se escondía dentro de aquellas imágenes, pero ¿cual? O, la verdad era tan dificil de explicar, que si alguien la conocía no se animaba a decirsela.
La situación se repetía una y otra vez. Cada oportunidad en que él se acercaba a algun adulto, con sus inquietos ojos verdes, y comenzaba a preguntar sobre el cuadro, lo miraban casi con miedo. Y cuando sus rosados labios empezaban a pronunciar ¿Por qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, y... ¿Entonces?, Los adultos se ponían nerviosos y se volvían sordos. Bueno... en realidad... este... claro... ¿hiciste tu tarea?
Siempre la misma vacilación. ¿Acaso pensaban que él era un tonto?.
¿No sabían que ya había cumplido diez años y estaba en quinto? La mora del shule simple respondía a sus preguntas. En cambio en la casa de la Bobe Delia no.
Su curiosidad aumento mucho más ante el silencio de los otros.
Un dia, el nieto de la Bobe Delia miró, miró, y miró... y de pronto, como sucede en los dibujos animados de la televisión, los personajes saltaron del cuadro y se sentaron a su lado.
El nieto de la Bobe Delia se puso duro de miedo, no podía hablar, no hizo ningún gesto, y no se animaba ni siquiera a mirarlos.
Ellos le sonrieron y acariciando su cabello rubio le preguntaron:
- ¿Cómo te llamas?
El nieto de la Bobe Delia pensó: ¿Estaré soñando? . Pellizco su brazo y ¡vaya que grito dio!
Definitivamente lo que estaba pasando era absolutamente real.
Un poquito ansioso y tembloroso contestó:
- En el shule me dicen Gaby.
Los señores lo miraron extrañados.
Es el diminutivo de Gabriel - agregó el nieto de la Bobe Delia-, pero se dió cuenta que no lo entendían. Claro ellos pertenecian a otra época, -pensó- a otros años de la historia del mundo, cuando el nombre Gabriel aún no se usaba diariamente.
Gaby continuaba rigido, mudo. Entonces los hombres le preguntaron:
- ¿Por qué siempre que venis a visitar a la Bobe nos mirás? ¿Por qué pasás horas y horas frente a nosotros observándonos?
Al escuchar el tono cálido de sus voces, Gabriel se aflojó y se sintió más tranquilo. Entonces en lugar de responder, se animó a preguntar:
- ¿Quienes son ustedes?, ¿Por qué tienen esa cara de preocupación?, Y lo que más me interesa, ¿Qué esconden entre los brazos? .
Sus palabras se apretujaban en la garganta, era tanto lo que quería preguntar, que apenas le alcanzaba el aire de la respiración. Debía apresurarse, o tal vez ni hiciera a tiempo de saber el secreto del cuadro.
Los señores se miraron sin saber que responder, y lo interrogaron con mucha seriedad:
- ¿Por qué tenes tanto interés en saber qué tenemos escondido entre los brazos?
Tratando de disimular la creciente ansiedad que sentía, Gabriel afirmó:
- ¡Es simple curiosidad!
Los protagonistas del cuadro murmuraron algunas palabras, y con voz suave y pausada comenzaron a narrar:
- Mi nombre es Herzque, dijo el mayor de los dos, y mi amigo se llama Yankl. Los dos vivíamos con nuestras familias en un país que se llamaba Polonia, en la ciudad de Lodz. Corría el año 1939, es decir, hace mucho tiempo. Era una época muy dificil para nosotros los judíos, porque se habia declarado la segunda guerra mundial.
Gabriel los escuchaba atentamente. Sus oídos, como las antenas de televisión que se ven en las rutas, no perdían una sola palabra. Los ojos absorbían cada movimiento de aquellos que relataban lo que para él, era uno de sus mayores deseos: conocer el secreto del cuadro.
- Alemania, - continuo Yankl, el de la kipa, - había invadido Polonia y como odiaban a los judíos, los encerraron en ghettos. ¿Sabés lo que es un Ghetto?.
Gabriel asintió con la cabeza, como si supiera de lo que hablaban.
En realidad aunque había escuchado esa palabra muchas veces, no tenía muy claro lo que quería decir. Sin embargo, no se animó esta vez a interrumpir el relato. En todo caso, le preguntaría a su mora que siempre le explicaba todo.
- Los judíos encerrados en ghettos vivían en muy malas condiciones, agregó Hertzque, y cuando eran demasiados, venían los soldados alemanes, los metían de a miles en trenes y los enviaban a campos de trabajos forzados. Allí muchos morían solos o los mataban.
- ¿Escuchaste hablar de Hitler y de sus intenciones para con los judíos del mundo? - quiso saber Yankl.
A esta altura de la narración, Gabriel pensó en sus abuelos, y no pudo dejar de sentir una profunda pena. Con tristeza les contestó:
- Mis abuelos también nacieron en Polonia, solo que ellos lograron escapar antes de que los encerraran en el Ghetto.
- Aja, - replicaron los dos-, entonces sabes perfectamente de lo que hablamos.
- Nosotros igual que tu Zeide y tu Bobe, alcanzamos a escapar, solo que casi no llegamos a tiempo, y por eso, en el cuadro, nos ves preocupados, apurados y corriendo. Fue una de las últimas oportunidades que hubo para salir de aquel infierno.
De pronto callaron. Sus ojos se entornaron como si retrocedieran en el tiempo y la situación los atrapara nuevamente. Algunas lagrimas rodaron por sus mejillas, Gabriel casi sintió que él mismo corría con ellos; sin embargo no pudo dejar de insistir:
- ¿Entonces que escondieron entre sus brazos?
La curiosidad enrojeció su rostro. Sentía que estallaba ante la revelación del secreto.
Hertzque y Yankl más calmados, confesaron que, luego de haber meditado bastante, decidieron llevar dos libros de la Tora del shil de Lodz.
- ¿Cómo es posible?, -vociferó Gabriel-. En un momento tan dificil, cuando uno pensaría en comida, abrigo, dinero... ¿¡Dos libros de la Tora!?
Los judíos del cuadro comprendieron que Gabriel debía aprender que en la vida, no solo es importante saber hacia donde nos dirigimos, sino tambien conocer de donde provenimos. Por ello le explicaron:
- Si el egoísmo se hubiera adueñado de nosotros, -explico Hertzque- solo hubieramos pensado en nuestras pertenencias. De haber sido así, ¿Cómo hubieran podido saber las generaciones siguientes sobre las aventuras y misterios que encierra nuestra Tora?, ¿Quién les habría contado a los niños, las hermosas historias de vida de nuestra Tora?.
Gabriel se avergonzó y sus mejillas se inflamaron. ¿Acaso podía contestar que muchas veces él no había prestado atención a la mora y a sus explicaciones sobre la Tora?
- ¡Era absolutamente necesario que preservaramos y cuidaramos los rollos de la Tora!!!. Quizás cuando tengas tus propios hijos, comprendas lo que hoy afirmamos - concluyó Yankl, con voz firme y enérgica.
Gabriel comprendió. Las palabras sobraban. Su corazón latía con fuerza. No sólo ahora conocía el secreto del cuadro, sino que había aprendido el valor del mismo.
De pronto se escuchó el ruido de una puerta cerrarse. Hertzque y Yankl se sobresaltaron. Se acercaron a Gabriel, lo besaron dulcemente y le susurraron con un hilo de voz:
- Cada vez que te detengas a observarnos, - se despidio Hertzque-, detené tu vista en mi ojo izquierdo; allí, por encima de mi lágrima pintada, descubrirás un parpadeo. Eso significará que estoy acompañándote a ti y a la vida de todos los judíos de la Argentina. ¡No te olvides!, insistieron los dos con mucho ímpetu. Y antes de que alguien más se enterara de lo ocurrido, como por arte de magia retornaron al cuadro.
Emocionado aún por la experiencia vivida, Gabriel notó que su mamá se paraba a su lado. Apenas podía disimular su alteración.
- ¿Qué te pasa hijo?, - lo interrogó su madre, y agrego: - ¿Acaso rompiste algo y no me querés contar?.
- No mamá, sonrió Gabriel, sólo estaba mirando el cuadro en el que esos dos judíos estan huyendo a través del campo de Polonia, y sostienen dos libros de la Tora.
La mamá boquiabierta de asombro, no supo responder. Su hijo, su pequeño y travieso hijo, acababa de poner en palabras, el significado del celoso secreto del cuadro, tan bien guardado hasta ese ida.
Como lo había averiguado, no interesaba. Si importaba y mucho, el tremendo orgullo que su corazón de madre palpitaba. Con gran satisfacción abrazo a Gabriel, y por ese día se despidieron del cuadro...
El cuadro continuó y continua hoy colgado en la casa de la Bobe Delia. Pero ahora son tres los espectadores, a saber: Papa Gabriel y sus dos hijas, Karen y Ariela.
Cada vez que se acomodan para contemplarlo, Gabriel concentra su atención en el ojo izquierdo de Hertzque. Y allí, por encima de la lágrima pintada, misteriosamente el ojo parpadea. Entonces, una alegria intensa y profunda lo embarga, y lo hace sentir más seguro.
¿Sabes una cosa?, el otro día, durante la cena de Rosh Hashana, la hija menor de Gabriel, Ariela, entró corriendo agitada al comedor, donde la familia disfrutaba de la sobremesa. Gritaba, reía, sus palabras se entrecortaban, casi no podia hablar.
Papa Gabriel abrazó a la niña, la calmo, y le pidió que explicara el motivo de semejante escándalo.
Su hija, su pequena y traviesa hija, relato como el ojo izquierdo de uno de los senores del cuadro del living de la Bobe Delia, parpadeaba. ¡O lo que era mejor!, ¡Le habia guinado el ojo a ella!.
Los presentes se rieron, y Gabriel, con el corazon de nino latiendo nuevamente, le susurro al oido tiernamente:
- Creo que ha llegado el momento de que te cuente la historia de Hertzque y Yankl, dos judios de Polonia, de la ciudad de Lodz, de la segunda guerra mundial... pero mira que es un secreto...



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